Cuando todo a mi alrededor era agua, cansado de nadar y lo que deseaba era desaparecer en lo más profundo del océano, hice pie en su playa una madrugada de un falso otoño.
Al principio no vi a nadie, solo dunas, palmeras y los acantilados que flanquean por derecha e izquierda la playa. Caí rendido en su arena blanca y tersa, sumiéndome en un profundo sueño.
Al despertar, tenía una carta, sobre ella una piedra impedía que volase. Desdoblé el folio y pude entender sus palabras. Alguien me invitaba a conocer la ciudad escondida.
Entre líneas parecía como si me conociesen de hace tiempo. Inicié la marcha sin pensárlo mucho. Por el camino fui saboreando manjares de árboles frutales plantados a la vera del camino. Volví a dormir poco antes del atardecer, eché la vista atrás: el mar era apenas un pequeño reflejo dorado.
Desperté el segundo día con el frío del alba, a mi lado debajo de unas sandalias había otra carta. En ella estaban descritos varios caminos que podía seguir, de entre todos escogí el más recto; era el más peligroso por transcurrir por una ladera de la montaña.
El día lo pasé subiendo por un camino. Cada diez kilómetros surgía de entre la roca un manantial de agua clara y cristalina del que bebía hasta saciar mi sed. Encontré varios atillos con comida y fruta. En el último ato solo había hojas blancas y un lapicero, lo cogí y seguí andando.
Al tercer atardecer el camino recuperó la horizontalidad, al mirar atrás se veía todo lo andado como una serpiente que va ensanchando su cuerpo hasta mis pies, por su cola el azul inmenso de ese mar que me quiso devorar. A la izquierda se alzaba majestuosa la montaña y al fondo, el camino giraba a la izquierda siguiendo la piel de la roca.
Al llegar a ese punto surgió un paisaje de colores verdes, pintados sobre árboles y prados surcados por pequeños ríos. No hay caminos solo verde y sobre el verde el marrón de las casas de madera que sueltan humo rojo por sus chimeneas.
Me acerqué a la primera casa y golpeé con los nudillos. Había alguien, pero no abría la puerta. Pasados unos minutos una carta salió despedida por el quicio de la puerta.
En ella me daban la bienvenida a la ciudad de Arua Al. Alguien se sorprendía por elegir el camino más difícil y recto para llegar. Cogí del ato el lápiz y leí el segundo folio del misterioso anfitrión de ¿la isla?
Preciosas palabras amigo. En estos dias tristes para el mundo y la literauta, las buenas letras llenas de sensibilidad se agradecen.
ResponderEliminarBesos con notas de nostálgia