A los 9 años aprendí nadar en la playa de las Catedrales de Lugo. Fue de casualidad, antes había ido con el cole a nadar a en piscina cubierta con flotador, tablas de corcho y manguitos...
No fui capaz de aprender, me agobié y recuerdo que dejé de ir a la pisci. En el verano siempre pasaba una semana con mi madre y mis tíos y primos en la playa, en San Cosme de Barreiros.
Allí, nos hospedábamos en alguna casa de alguna paisana que alquilaba habitaciones (cuando no se llamaban hostal...) y nos dedicábamos a levantarnos, desayunar y playa (si no llovía, cosa rara) comíamos lo que compraban los mayores en los mercados de la zona, o servía la dueña de la casa.
En la playa se formaban pozas junto a las rocas al bajar la marea, allí el agua se calienta (deja de estar como el hielo...) no sé si gracias al pis de los que nos bañábamos o a la gran cantidad de niños que jugábamos a encontrar tesoros entre las cavidades o cuevas de la roca ( estrellas de mar, cangrejos, lapas... y algún pez o pulpo despistado) que sufría un trágico final en nuestras manos.
Una mañana tenía escocída la piel, así que no me puse flotador y con mis gafas de buscar tesoros, me sorprendí nadando sin hacer pie.
Fue una sensación única: por fin pude abandonar la seguridad del flotador, manguitos y el tacto de la arena bajo mis pies!!
El paso siguiente era una poza más grande y una vez comprobado que no morí en el intento, decidí ir al mar.
Para mi era un gran riesgo intentar flotar entre las olas del Cantábrico. Por aquel entonces no recuerdo tanto vigilante de la playa, solo las banderas y el respeto de su gente al mar.
Busqué un sitio entre rocas para saltar( las olas eran menos fuertes ya que rompían por detrás del peñón), que no hubiera algas y viese bien el fondo. Había más niños saltando y volviendo a subir por donde no cubría. El ver a los demás lanzarse, me animó a ir hasta el borde de la roca donde debía impulsarme y saltar.
Me temblaban las piernas cuando con un fuerte impulso me lancé al vacío. Sentí como me hundía en el mar, instintivamente moví los brazos buscando la superficie, respiré una bocanada de aire nada más sacar la cabeza del agua y poco a poco chapoteando llegué a la orilla donde esperaba mi madre para regañarme por mi locura.
La locura de aprender a saltar al vacío!
por lo menos tu tuviste valor..
ResponderEliminarotros nunca hemos tenido el coraje necesario...
me encanto este texto..
un abrazo
:-)
Las chicas siempre habéis sido más sensatas...
ResponderEliminarY el ver hacer algo a los demás, te facilita mucho las cosas...¿no?
Un abrazo fuerte