Carlos cogió la basura y llamó al ascensor eran las once y media de la noche de un frío martes de octubre.

La tarde fue rara; su hijo de nueve años tenía al día siguiente examen de lengua, así que desde las cinco a las nueve de la noche, menos la merienda de Luis y el rato que hizo caca, se la pasaron estudiando sin ganas los dos .

Carlos llevaba días tomando antibiótico por un catarro que desembocó en sinusitis. Cuando dejó al peque con su madre tenía un bonito dolor de cabeza, que la madre de Luis se encargó de acrecentar en cuanto comprobó que la lección no iba del todo aprendida.

En el parque; enfrente de su casa, hoy no había botellón: demasiado frío. Tiró la basura, respiró profundamente el silencio de la noche gélida mirando a las estrellas y decidió ojear sus escritos caducados cuando subiera.
La vida le había puesto en un dilema, otro más de los muchos que llevaba este otoño. Una amiga y compañera despedida necesitaba un testigo. No se lo pensó. Dio sus datos a Samanta, aparecería en una lista pública.

Sentado en el sofá del comedor, navegó por la red buscando sentido a la noche. En los blogs amigos, enlazó con otros desconocidos y no encontró ninguna publicación que le inspirase un comentario.

Intentó escribir algo; estaba bloqueado. Ni un par de versos tristes por la barra de su imaginación.

Ojeó unas puestas de sol de un viaje a Ibiza, la movida nocturna en la calles de la ciudadela al lado del puerto…

Y escogió esta para compartir la media noche sin sentido que acaba y empieza aquí…