8 de la mañana de un jueves de septiembre, por la calle Génova baja una adolescente, tendrá entre 16 y 18 años. No es del barrio, ni va vestida a la moda, ni luce un bronceado de playa.
Pelo negro que apenas se ve por el trapo que lleva enrollado desde el pecho hasta la cabeza. Sus huesos se adivinan a través de sus harapos, su cojera tremendamente marcada llama la atención.
Por encima de todo su ser; brillan unos ojos negros como el carbón, bellos como ese diamante que esconde en su alma. Sus ojos llenos de dolor, sin futuro… que miran el amanecer en el cielo de Madrid. Sus ojos donde se reflejan las miradas de los que pasamos a su lado y no hacemos nada…
Será una emigrante: una rumana, o búlgara, o portuguesa; o gitana o paya. Pasará el día entre los humos de los coches detenidos en un semáforo suplicando una limosna, huyendo de la policía y llevando la limosna al jefe que la esclaviza. Con suerte se librará de los golpes (que la dejaron coja) y a los que está acostumbrada si no llega a un mínimo.
Será un ser humano, que podíamos haber sido cualquiera de nosotros. Solo hay que nacer en un país pobre, en el seno de una familia de los nadies…
El resto es cuestión de tiempo. Tiempo sin biberones, sin educación, sin libros, sin cariño, sin trabajo… hasta que un día la vida le dará un último golpe dejándola en el cubo de basura de una gran ciudad europea.
Hoy no quiero mirar a otro lado, quiero que todos la miremos a ella y nos duela algo.
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